miércoles, 15 de febrero de 2012

26) Casi el final.


Amanecimos bien temprano y compramos nuestros pasajes para tomar el ferry. Dormimos durante el viaje, y llegamos a Wellington. Una vez más nos encontrábamos en la capital, pero ésta vez queríamos pasar más de un par de horas. Buscamos y buscamos backpackers con estacionamiento, pero nada. Era todo demasiado complicado con el auto, por lo que decidimos continuar el viaje.

Contentos de volver al norte, decidimos pasar no una, sino dos noches en Palmerston North. Teníamos en vista un backpacker, el cual encontramos ‘al tiro’. (Ah sí, ahora uso expresiones chilenas también)

Llegamos, y la ciudad no parecía ser la misma por la que habíamos pasado un tiempo atrás. Ahora era grande y con un montón de cosas, eso o el tema de Alexandra donde sólo teníamos el río nos afectó mucho.

Contentos, nos acomodamos y descansamos bastante.
Al día siguiente salimos de paseo. Compramos cosas, recorrimos y no llovía. Todo iba bien.

En un momento, empecé a sentir dolor en una muela, esa maldita muela que quiere salir y empuja cada dos por tres.
¡Maldita muela! - ¡No arruinarás mi día!
Es dolor de muela, tampoco es para tanto.

Mientras caminaba me puse a llorar, de la impotencia de no poder hacer nada al respecto, dolería y pasaría luego, pero me dolía MUCHO.

Volvimos al backpacker y, totalmente en contra, me rendí y tomé, no uno, sino dos Perifar(s). (¿Perifars? ¿Perifares?)

Eso, concluyó en una larga siesta. No dolía ni la muela, ni las picaduras de mosquito, ni nada.

Después de pasear, arreglamos nuestras cosas y nos aprontamos para seguir el viaje. Ahora iríamos por New Plymouth para recorrer el lado que no conocíamos de Nueva Zelanda.

Los dos días que estuvimos ahí, estuvo uno de los celulares en el auto. Ese celular tenía un mensaje de alguien interesado en el auto. Ese alguien estaba en Hastings (lugar ubicado totalmente del lado opuesto al que teníamos pensado ir) por lo que decidimos que sería mejor ir para ese lado, para luego ir a Tauranga y finalizar el viaje allí.

No nos contestó más, y fuimos para ese lado solo a comer una pizza.

Seguimos a Taupo, donde sabíamos exactamente dónde pasar la noche en el auto.
Llegamos, recorrimos otra vez la ciudad tan linda de Taupo, y nos fuimos a dormir.
Después de jugar a las cartas otro rato, nos dormimos con las ventanas un poco abiertas. Gracias a que encontré unas toallitas húmedas ‘contramosquitos’ que me dio mamá, nos sentíamos invencibles.

‘No pueden dormir acá’ nos dijo un señor muy amablemente. ‘Les pido mil disculpas, pero ahora los autos ya no pueden dormir acá, sólo casas rodantes. Lamento despertarlos, pero mi trabajo me lo pide’. Nos habló tan amablemente, que la conversación terminó en 150 ‘perdones’ por oración tanto de su parte, como de la nuestra.

‘¿Dónde podremos dormir?’ le preguntamos. ‘Acá a 200 metros hay un estacionamiento y es a donde les estoy diciendo a todos que pueden ir, ahí no van a tener problema’ - ¡Genio!

Amanecimos nuevamente y salimos rumbo a Tauranga, ahora la meta era vender el auto. Dolía, pero había llegado la hora.

Llegamos, y pusimos papeles de venta en Te Puke y en los backpackers de Tauranga. Mientras recorríamos un poco de Mt Maunganui nuevamente, nos envía un mensaje una interesada. Allí le llevamos el auto, y era para el hijo de ella. Al hijo le gustó, pero tendrían que esperar hasta el lunes para hacer la transferencia, igual, ese mismo lunes nos confirmaría.

Le bajamos un poco el precio en internet al auto, y nos llama otra interesada. Allí fue a verlo y sintió lo mismo que nosotros al verlo por primera vez. Amor, mucho amor y emoción de ver un auto tan genial.

‘Es mío’ me dijo, y me presionó diciéndome que tenía plata arriba para reservármelo en ese momento.

Era genial, pero me sentía mal con la señora, tenía que ver si lo iba a querer o no. Le escribí y me dijo que ella iba a poder conseguir la plata la semana que viene. Lo lamento señora, el auto será vendido a la señorita entonces.

Teníamos que esperar al lunes para hacer la transferencia y ahora sólo quedaba disfrutar de Tauranga. Dormimos por ahí, y al día siguiente nos fuimos a un backpacker.

Dedicamos el día a comprar algunos regalos y a organizar nuestras valijas. Hicimos mucho ruido, teníamos muchas bolsas y nuestros compañeros de cuarto seguro nos odiaron porque les cortamos la siesta.

Tempranito, fuimos a vender el auto. Nos despedimos de nuestro primer auto, un gran compañero que tuvimos durante el viaje. Se portó bien y nos escuchó cantar como nadie.
Nos llevó y nos trajo a trabajar, nos dejó comer y dormir en él. Soportó nuestras quejas de que los asientos deberían parecerse más a una cama y nos hizo cuestionarnos por qué las arañitas siempre deciden vivir en los espejos. Un gran amigo de verdad.

‘¡Adiós amigo!’ le gritamos bajo la lluvia, y nos fuimos con un amigo chileno que nos alcanzó hasta Tauranga.

‘¡Adiós amigo!’ le dijimos a él también, cuando nos dejaba en el Post Shop.

Entramos y llenamos una caja con algunas de las cosas que hemos comprado, en especial regalos, y la mandamos por correo.

‘¡Adiós amiga!’ le dijimos a la caja también (bueno, se me fue de las manos esa frase, lo sé) y compramos nuestros pasajes a Auckland.

Después de un largo viaje, llegamos y nos acomodamos en el backpacker. La habitación huele como nosotros antes de llegar a los glaciares, y estamos en la de 8 personas. Mañana y pasado vamos a pasar en la de 10 personas. No creo que esa situación vaya a mejorar.

Ahora queda esperar y tratar de volver a casa. Parece mentira que sólo nos quedan tres días en Nueva Zelanda. Siento que fue ayer que le pusimos la cara de perro mojado al piloto del avión para que nos dejara venir.

1 comentario:

  1. La madre de Catalina15 de febrero de 2012, 20:02

    Es 1 Perifar, 2 Perifar y 3 Perifar. Es la marca chota!

    ResponderEliminar