viernes, 2 de marzo de 2012

28) Cosas curiosas y una última entrada.


He aquí ciertas preguntas/comentarios que recibimos durante el viaje:

· Me preguntaron si Sarmiento era ‘algo’ para nosotros, si nos enseñaban sobre él en la escuela.
· Me preguntaron si era verdad que en Sudamérica las mujeres tenían prohibido usar el pelo corto. (Conclusión que había sacado alguien porque nunca había conocido a nadie de Sudamérica con el pelo corto)
· Me preguntaron si ‘v’ se traducía ‘v short’.
· Al describir cómo era el trabajo en una packhouse de kiwi, comenté que los kiwis caían en una caja. ‘¿Directo desde el árbol?’ me preguntaron.

He aquí ciertas situaciones no tan normales que vivimos durante el viaje:

· Estábamos en el estacionamiento de McDonald’s usando internet, cuando golpean la ventana del auto. Una muchacha nos pregunta a dónde íbamos luego, contesté y nos pidió si la podíamos llevar. Cuando le dije  que sí, me preguntó qué idioma hablaba. Al contestarle español, empezó a hablar lo que creía ella era español. Era… alemán. No sé. Ella estaba muy convencida que era español, y estaba demasiado borracha como para entenderle. El 90% de su vocabulario eran insultos chilenos.

· Nos pararon varias veces para hacernos la prueba de alcoholemia. Teníamos que decir nuestro nombre y la calle donde vivíamos. Nunca la sabíamos.

· Un día nos paró la policía y Nando manejaba. Nos preguntaron si habíamos tomado, contestamos que no y no le hizo ninguna prueba. Preguntó a dónde íbamos, y cuando contestamos, nos preguntó si sabíamos cómo llegar. ¡Más bueno ese señor!

· Nuestros compañeros de casa en Bethlehem, creían que éramos de Ucrania.

· A la salida de la casa de Pukehina, había una rampa dónde patinabas si estaba mojado de mañana. Un día salimos y yo patiné pero bajé bien. Nando llevaba nuestro almuerzo en sus manos, el cual terminó a dos metros de él, y él, un poco dolorido. Me reí un mes sin parar.

· La gente va en pijama y/o descalza a todos lados. Un día fui al supermercado con mi pijama a cuadros, Nando descalzo.

· La gata, con los gatitos, que veíamos a través de la ventana en el backpacker de Alexandra, nos hizo pichí en la cama, dos veces.

· Me subí mil veces (y bajé otras mil) por los cordones de las veredas manejando el auto. Igual lo mejor fue al principio, donde todo en el auto estaba al revés. Las primeras veces que quise doblar y poner el señalero, se escuchaba un ‘ña ña ña ña’ del limpiaparabrisas. Cuando llovía, ponía tanto el señalero que la gente pensaría que andaba dando vueltas a la manzana.

· Cada vez que nos mudábamos lejos, lloraba. También le preguntaba a Fernando si estaríamos haciendo las cosas bien. No había como errarle, pero me entraba un poco de miedo.

· Nos encontramos nuevamente con una de las chinas que nos pidieron el auto, en Alexandra. No sólo era otra ciudad, sino que era ¡otra isla!

· Terminamos el viaje, y ninguno de los dos pudo aprenderse el número de celular de Fernando.

· Donde pasamos la noche en Wakefield, era un camping. El baño consistía en cuatro paredes, el inodoro, y un pozo. Fue traumático levantar esa tapa.

· Me llegó a doler la panza de comer cerezas. También las caderas de tanto bailar para mantener el calor (?)

· Fuimos a Auckland a pasar un par de días cuando alquilábamos la casa en Pukehina. Al volver, me fui a acostar y noté que la cama estaba caliente. Agradecí a Nando por su gran gesto de prenderme el calientacamas, pero como estaba demasiado caliente le pregunté hacía cuanto rato lo había prendido. Me contestó que él no lo había hecho, por lo tanto fue que yo me había olvidado de apagarlo.

· Salíamos del Pak ‘n Save, Nando manejaba. La música muy alta y Nando daba marcha atrás sin prestarle mucha atención al espejo retrovisor, cuando sintió que tocó ‘algo’. Ese ‘algo’ era el carrito de una señora que estaba poniendo sus compras en su auto, cuando Nando la dejó encerrada entre el carrito y el auto. Nando pidió disculpas, a lo que la señora le comentó que no era suficiente. Nos fuimos, y creo que eso sí lo fue.

· Después de un par de meses, mis sueños empezaron a ser completamente en inglés.

Esas cosas pasaron, entre otras, claro.

Se termina el blog, aunque hace rato se terminó la aventura. Volví, y realmente me doy cuenta que Nueva Zelanda, es como debería ser el mundo entero. Todo organizado, limpio y la gente es buena. Obviamente tiene sus cosas malas, pero es realmente un lugar genial. Me llena satisfacción haber realizado este viaje, y sé que siempre voy a tener historias para contar.

Lo mejor que me llevo del viaje, es haber logrado el video que verán a continuación. Mi madre me había mostrado otro de una persona que lo hace en todo el mundo, pero el mío lo hice en toda Nueva Zelanda. Ella quería que yo lo hiciera, sin decirle nada, y gracias a la ayuda de Nando, le pude traer éste regalo. Espero que a ustedes también les guste y tengan en cuenta que la mayor parte del tiempo, había gente atrás:




Hoy, en lo más alto de mi fama (cuack) - doy por finalizado este blog.
Espero que les haya gustado leerlo, tanto como a mí me gustó escribirlo.


~ The End ~

(Y no se preocupen, después les doy clases de baile y de cómo manejar la popularidad generada por tener un blog genial a todos)

martes, 21 de febrero de 2012

27) Vuelta a casa.

Pasamos un par de días en Auckland, dando los últimos detalles al final del viaje. Terminamos de comprar regalos, comimos todas las porquerías que queríamos y pedimos la devolución de los impuestos.

Esto último, era lo más complicado y terminó siendo lo más fácil. Nos explicaron en el backpacker cómo hacerlo: debíamos tomar un ómnibus a Takapuna (nz$ 3.40 el pasaje - se toma en Albert St y Victoria St) y en media hora llegabas a destino. No sabíamos bien dónde bajarnos, pero nos dijeron que íbamos a ver tres edificios, dónde el que nosotros buscábamos, era el de vidrios negros. Creímos que sería algo más complicado, pero era así de claro. De los tres edificios, el de vidrios negros. En cuanto el ómnibus se acercó, nos bajamos. ¡Un éxito! A media cuadra nos encontrábamos.

Entramos a la oficina de Inland Revenue, y completamos tres formularios, nos pidieron el pasaje de vuelta o algo que indique que te vas, y por arriba miraron algunos payslips (recibos de sueldo). En cuanto los pidió, yo saqué los míos - sumamente organizados - y se los pidieron a Fernando, quién los sacó cual niño vuelve del almacén y le devuelve a su madre el cambio.

La mujer sonrió, y dijo que ya no los necesitaba. Fotocopió nuestros pasajes de vuelta, y después de llenar esos formularios (los cuales en todos preguntan lo mismo, nombre y esos datos que por suerte todos nos sabemos) ya estábamos de vuelta al centro de Auckland.

Estábamos en el backpacker y un par de nuestros compañeros de cuarto recién habían llegado. Uno de ellos estaba molesto porque sólo quería comprar un chip de celular, y se lo querían cobrar carísimo. Como ya nos íbamos, decidí regalarle el mío.

‘¡Muchas gracias!’ me dijo, y luego me preguntó mi nombre. Al responderle, me dijo ‘ahh… hay un blog…’ - le confirmé que yo era la famosa escritora, y después de firmarle un autógrafo me comentó que mucha gente de Tucumán lo leía.
Lo mejor de todo, es que no era la primera vez que me pasaba.

Todo listo, y teníamos que ir al aeropuerto a intentar volver a casa. Todavía nos quedaba bastante rato, por lo que anduvimos paseando un poco más. En eso, nos encontramos con un compañero del trabajo de cerezas que se volvía el mismo día que nosotros. ¡Qué emoción! Seguimos los tres juntos camino al aeropuerto después de un almuerzo contando las aventuras de cada uno esas dos últimas semanas.

Llegamos, y era temprano. Pesamos nuestras valijas y teníamos más de lo permitido. Luego de distribuir mejor el peso y descansar un poco en el pasto, llegó la hora del check in.
Teníamos que ver si teníamos lugar. Quedaban dos personas delante de mí, y los nervios hicieron que me cortara con el papel que tenía en la mano. Llegó el momento, me llamaban del mostrador.

Dije todo tal cual me dijo mi hermana, con la cara de lástima y todo. Ahí estábamos: dos horas y media antes del vuelo, y ya estábamos confirmados. Fiuu. Ahora a escondernos y que no nos encuentren.

Subimos al avión, y estábamos en la ventanilla esta vez. Nada de estar en el medio. Muy contentos, partió el avión y nos despedimos de Nueva Zelanda.

‘¡Adiós amiga!’ le dijimos, y nos acomodamos para un largo viaje.

‘¿Pollo o pasta?’ nos preguntó la azafata. ‘Pollo’ contestamos los tres, nosotros dos y el niño de adelante. ‘Ups, no me queda más’ dijo, mientras le daba el último al maldito niño.
Pasta nos tocó, y lamentablemente no eran ravioles. Eran fideos, lo que menos (y con esto me refiero a ‘un millón de veces’) comimos en Nueva Zelanda.

Nada importaba, volveríamos a casa.

Dormimos incómodamente y aterrizamos después del desayuno.
Ahora debíamos encontrar de dónde salía nuestro vuelo de Bs. As. Hacia Montevideo, en Pluna ésta vez.

Lo encontramos, hicimos el check in, y salimos muy contentos ya que nos tendrían que haber cobrado las valijas y no lo hicieron. Probablemente mi hermana habló tanto con todo el mundo, que prefirieron no molestarnos.

Tormenta, ¡qué milagro!
Se retrasó el vuelo, pero logramos despegar. Media hora, y estábamos de vuelta en nuestro pequeño país.

Salimos, y ahí estaba el cartel con mi nombre. Mentira, decía ‘Lady Gaga’ pero lo sostenía un amigo, por lo que supe que era para mí.

¡Ay, qué alegría! Encima que me habían ido a esperar más gente de lo que esperaba a mí, toda la familia de Fernando también estaba allí.

‘Chau Nando, fue un gran viaje, no tengo celular. Nos veremos… en algún otro momento no tan cercano’
Fue demasiado tiempo juntos, muchos meses, todos los días y prácticamente todo el día juntos.

Y a pesar de todo, fue el mejor compañero que pude tener, y no lo hubiese cambiado por nada.

Y así, se terminó Nueva Zelanda. Y al llegar a casa, me di cuenta que fue, por lejos, lo mejor que hice en mi vida.

¡Gracias gente demasiado extranjera para mi gusto! ¡Gracias alternador! ¡Gracias frutas!

¡GRACIAS NUEVA ZELANDA!

miércoles, 15 de febrero de 2012

26) Casi el final.


Amanecimos bien temprano y compramos nuestros pasajes para tomar el ferry. Dormimos durante el viaje, y llegamos a Wellington. Una vez más nos encontrábamos en la capital, pero ésta vez queríamos pasar más de un par de horas. Buscamos y buscamos backpackers con estacionamiento, pero nada. Era todo demasiado complicado con el auto, por lo que decidimos continuar el viaje.

Contentos de volver al norte, decidimos pasar no una, sino dos noches en Palmerston North. Teníamos en vista un backpacker, el cual encontramos ‘al tiro’. (Ah sí, ahora uso expresiones chilenas también)

Llegamos, y la ciudad no parecía ser la misma por la que habíamos pasado un tiempo atrás. Ahora era grande y con un montón de cosas, eso o el tema de Alexandra donde sólo teníamos el río nos afectó mucho.

Contentos, nos acomodamos y descansamos bastante.
Al día siguiente salimos de paseo. Compramos cosas, recorrimos y no llovía. Todo iba bien.

En un momento, empecé a sentir dolor en una muela, esa maldita muela que quiere salir y empuja cada dos por tres.
¡Maldita muela! - ¡No arruinarás mi día!
Es dolor de muela, tampoco es para tanto.

Mientras caminaba me puse a llorar, de la impotencia de no poder hacer nada al respecto, dolería y pasaría luego, pero me dolía MUCHO.

Volvimos al backpacker y, totalmente en contra, me rendí y tomé, no uno, sino dos Perifar(s). (¿Perifars? ¿Perifares?)

Eso, concluyó en una larga siesta. No dolía ni la muela, ni las picaduras de mosquito, ni nada.

Después de pasear, arreglamos nuestras cosas y nos aprontamos para seguir el viaje. Ahora iríamos por New Plymouth para recorrer el lado que no conocíamos de Nueva Zelanda.

Los dos días que estuvimos ahí, estuvo uno de los celulares en el auto. Ese celular tenía un mensaje de alguien interesado en el auto. Ese alguien estaba en Hastings (lugar ubicado totalmente del lado opuesto al que teníamos pensado ir) por lo que decidimos que sería mejor ir para ese lado, para luego ir a Tauranga y finalizar el viaje allí.

No nos contestó más, y fuimos para ese lado solo a comer una pizza.

Seguimos a Taupo, donde sabíamos exactamente dónde pasar la noche en el auto.
Llegamos, recorrimos otra vez la ciudad tan linda de Taupo, y nos fuimos a dormir.
Después de jugar a las cartas otro rato, nos dormimos con las ventanas un poco abiertas. Gracias a que encontré unas toallitas húmedas ‘contramosquitos’ que me dio mamá, nos sentíamos invencibles.

‘No pueden dormir acá’ nos dijo un señor muy amablemente. ‘Les pido mil disculpas, pero ahora los autos ya no pueden dormir acá, sólo casas rodantes. Lamento despertarlos, pero mi trabajo me lo pide’. Nos habló tan amablemente, que la conversación terminó en 150 ‘perdones’ por oración tanto de su parte, como de la nuestra.

‘¿Dónde podremos dormir?’ le preguntamos. ‘Acá a 200 metros hay un estacionamiento y es a donde les estoy diciendo a todos que pueden ir, ahí no van a tener problema’ - ¡Genio!

Amanecimos nuevamente y salimos rumbo a Tauranga, ahora la meta era vender el auto. Dolía, pero había llegado la hora.

Llegamos, y pusimos papeles de venta en Te Puke y en los backpackers de Tauranga. Mientras recorríamos un poco de Mt Maunganui nuevamente, nos envía un mensaje una interesada. Allí le llevamos el auto, y era para el hijo de ella. Al hijo le gustó, pero tendrían que esperar hasta el lunes para hacer la transferencia, igual, ese mismo lunes nos confirmaría.

Le bajamos un poco el precio en internet al auto, y nos llama otra interesada. Allí fue a verlo y sintió lo mismo que nosotros al verlo por primera vez. Amor, mucho amor y emoción de ver un auto tan genial.

‘Es mío’ me dijo, y me presionó diciéndome que tenía plata arriba para reservármelo en ese momento.

Era genial, pero me sentía mal con la señora, tenía que ver si lo iba a querer o no. Le escribí y me dijo que ella iba a poder conseguir la plata la semana que viene. Lo lamento señora, el auto será vendido a la señorita entonces.

Teníamos que esperar al lunes para hacer la transferencia y ahora sólo quedaba disfrutar de Tauranga. Dormimos por ahí, y al día siguiente nos fuimos a un backpacker.

Dedicamos el día a comprar algunos regalos y a organizar nuestras valijas. Hicimos mucho ruido, teníamos muchas bolsas y nuestros compañeros de cuarto seguro nos odiaron porque les cortamos la siesta.

Tempranito, fuimos a vender el auto. Nos despedimos de nuestro primer auto, un gran compañero que tuvimos durante el viaje. Se portó bien y nos escuchó cantar como nadie.
Nos llevó y nos trajo a trabajar, nos dejó comer y dormir en él. Soportó nuestras quejas de que los asientos deberían parecerse más a una cama y nos hizo cuestionarnos por qué las arañitas siempre deciden vivir en los espejos. Un gran amigo de verdad.

‘¡Adiós amigo!’ le gritamos bajo la lluvia, y nos fuimos con un amigo chileno que nos alcanzó hasta Tauranga.

‘¡Adiós amigo!’ le dijimos a él también, cuando nos dejaba en el Post Shop.

Entramos y llenamos una caja con algunas de las cosas que hemos comprado, en especial regalos, y la mandamos por correo.

‘¡Adiós amiga!’ le dijimos a la caja también (bueno, se me fue de las manos esa frase, lo sé) y compramos nuestros pasajes a Auckland.

Después de un largo viaje, llegamos y nos acomodamos en el backpacker. La habitación huele como nosotros antes de llegar a los glaciares, y estamos en la de 8 personas. Mañana y pasado vamos a pasar en la de 10 personas. No creo que esa situación vaya a mejorar.

Ahora queda esperar y tratar de volver a casa. Parece mentira que sólo nos quedan tres días en Nueva Zelanda. Siento que fue ayer que le pusimos la cara de perro mojado al piloto del avión para que nos dejara venir.

lunes, 13 de febrero de 2012

25) El regreso del alternador.

Luego de disfrutar Wanaka, decidimos continuar. La noche se acercaba y decidimos parar en un descanso de esos que hay por la ruta a dormir. Había más autos, por lo tanto no éramos los únicos que dormiríamos allí.

Al despertar, continuamos nuestro camino. Próxima parada: los glaciares.

Allí partimos, mirando el mapa y haciéndonos la idea de qué ciudad sería linda para parar en el camino. Al mirar el mapa, te señala con puntos las ciudades, y las que tienen el punto más grande te esperas que sea algo genial. Una mentira, todas las ciudades chicas y sin nada para hacer.

Manejamos de corrido hasta la meta, Fox Glacier, y al llegar nos encontramos con la sorpresa de que todos los lugares que tenían potencial para dormir en el auto, tenían un gran cartel indicando que estaba prohibido hacerlo. ¡Malditos!

Como los glaciares son dos, el Fox Glacier y el Franz Josef, decidimos ir al siguiente. Buscamos y buscamos, pero estábamos en la misma situación. Decidimos alejarnos un poco más de la ciudad, nos paró la policía para un control de alcoholemia y Fernando iba manejando. (Por cierto, dio 0 eh, es más, creo que le salió que tiene anemia o anorexia)

‘Señor Policía, ¿dónde podremos pasar la noche en el auto?’ - Nos indicó un lugar cerca y allí fuimos. Encontramos el lugar, y creemos que había que pagar un poco. (No lo hicimos) Había mucha gente y estacionamos por ahí.

Hacía calor, mucho calor. Debíamos abrir las ventanillas o moriríamos asfixiados. Medio segundo después, considerábamos la opción de morir por demasiadas picaduras de mosquito. Teníamos que respirar, y no había forma de solucionarlo.

Llegó un momento donde era demasiado. Me levanté (bueno, me senté - estaba en el auto) y miré la hora. 00.30 hrs marcaba el reloj y fue ahí cuando me di cuenta que probablemente no sobreviviría esa noche.

Salió el sol, y 15 segundos después los dos estábamos listos para irnos. Salimos, con las cuatro ventanas abiertas, en plena ruta y con mal humor mañanero, sacando mosquitos a 100 km/hr.
Al ganar la batalla, llegamos al backpacker. Ese día lo usaríamos para descansar y acicalarnos para sobrevivir un par de días más en el auto.

‘A eso del mediodía estará pronta su habitación’ - ’Son las 8 señor, y creo que estas picaduras no son de cualquier mosquito’ pensé.

Listo, estaba nuestra habitación y dormimos todo el día. Nos bañamos y seguimos durmiendo.
Al día siguiente, estábamos listos para seguir.

Con un mejor perfume que el día anterior (igual, mi perro tenía mejor perfume que el que teníamos ese día) partimos hacia el Fox Glacier. Después de una caminata de unos 20 minutos, rodeados de montañas y alguna que otra cascada, llegamos. Allí se veía, entre las montañas, un gran glaciar. Nosotros queríamos tocar nieve nuevamente, pero no, de lejos.

Luego de pasar bastantes carteles indicándome que moriría si pasaba esa cuerda TAN segura, partíamos hacia el otro glaciar. Este nos había desilusionado un poco, y en el camino nos encontramos con unos conocidos que nos comentaron que venían del otro y era bastante peor.

Uff. Nos rendimos con los glaciares y salimos rumbo a Greymouth. Era domingo, y todo había cerrado temprano. Igual, paseamos por el lugar y decidimos la próxima parada.

Mirando el mapa, teníamos dos opciones: una, era ir hacia el lado de Westport por una de las rutas más lindas del mundo por sus atardeceres (lo decía en el mapa) o ir hacia el lado de Inangahua y pasar por una ciudad llamada Reefton: the city of light. ‘La ciudad luz, ¡San Carlos de Nueva Zelanda!’ Teníamos que sacar esa foto, por lo tanto la opción era obvia.

Llegamos, sacamos la foto con el cartel, y continuamos nuestro viaje.

Teníamos que dormir por ahí cerca, ya que teníamos en la siguiente ciudad el ‘puente colgante’ más largo de Nueva Zelanda y teníamos que ir.

Al salir de la ciudad luz, efectivamente nos iluminó. El tablero del auto se prendió y nos indicaba que debíamos cargar la batería y que podría estar calentando.

‘¿Y ahora? Últimamente todas las ‘ciudades’ que pasamos son 3 casas.’ Debíamos buscar un lugar para dormir, y mentalizarnos que el día siguiente podría estar complicado.

Encontramos un lindo lugar, y a dormir. Esta vez nos tapamos hasta arriba con la frazada, y no sabemos si fue por eso o por qué, no sentimos los mosquitos. ‘A la cuenta de tres nos destapamos y salimos como unos locos, organizamos todo el auto y seguimos de viaje’. Buen plan, estábamos organizados y los mosquitos no pudieron con nosotros.

Era lunes, y a eso de las 8.30 hrs llegamos a Wakefield. Vimos una gran estación de servicio, con un taller mecánico al lado. ¡Un éxito! ‘…y por suerte es lunes’ pensábamos los dos.

‘Hola, ¿sabes a qué hora abre el taller mecánico?’ le pregunté al señor de la estación de servicio, ‘a las 8 hrs’ me contestó ‘pero hoy es feriado y nadie trabaja’.

¡Claro que era feriado! - ¡Tengo un blog que mantener!

Nos abastecimos de nachos y salsa, y nos fuimos a un camping donde podríamos pasar la noche gratis. Antes, recorrimos la ciudad. Demoramos más en encontrar la salsa en el supermercado, que lo que nos llevó recorrer el centro de la ciudad.

Llegamos al camping, y pasamos todo el día allí. Afortunadamente tengo mis cartas jumbo, las cuales nos entretienen cada vez que necesitamos emoción. ‘Una guerra deberíamos jugar’ - y así fue, Fernando ganó y se nos pasó el día.

Al despertarnos, salimos hacia el mecánico. Se puso a mirar el auto, y cuando le pidió a Nando que se fijara si (mientras él tocaba algo) las luces de cargar la batería y eso, se apagaban. Yo le entendí que nos alejáramos, y esperaba una explosión o algo así. Al darme cuenta lo que pidió, actué disimuladamente e imité lo que hacía Nando.


‘El alternador no está cargando la batería, hay que cambiarlo’
No le entendíamos nada, no sé si era porque hablaba muy entreverado o simplemente los mosquitos nos habían dejado un zumbido permanente en el oído, pero de alternadores entendíamos.

‘Perfecto, deme su mejor pieza’-  le contesté - ‘de segunda mano’  se me escapó junto con una tos.

Eran las 8 de la mañana, al mediodía recién lo iban a revisar.
¿Qué, (en serio eh) qué íbamos a hacer en Wakefield todo ese tiempo?

La cuestión es que el auto estuvo listo a las 14 hrs, y todo ese tiempo, lo pasamos literalmente en el banco de una plaza. En el único banco, de la única plaza.

La mejor parte era el baño público, era todo automático, y al entrar te decía que tenías máximo 10 minutos y que se te abriría la puerta pasado ese tiempo. Mira que no tengo apuro (ni ahí tengo apuro eh) señor Baño, estoy en Wakefield. Me vendría bien leer una revista.

Listo el auto, y seguimos nuestro camino. El puente colgante más largo había sido tachado de la lista, y la próxima parada era Picton, para cruzar a la isla norte.

Pasamos por Nelson, y nos dimos cuenta que hubiese estado bien haber llegado el día anterior. Se hicieron las 17 hrs, cerró todo y continuamos nuestro viaje.

Encontramos lugar para pasar la noche, y nos tomaríamos el Ferry a las 6.30 am.

Llovía, y ya no había mosquitos.

miércoles, 8 de febrero de 2012

24) Fin de temporada.


Nadie sabía con certeza cuándo terminaría la temporada de cerezas. Después de varias semanas de dudas, decidimos que terminaríamos el 31 aunque el trabajo continuara.
Decididos, dimos nuestro aviso de dos días previos a la renuncia, y esperamos que llegara el día.

Llegó el día, y parece que fue el último día de muchos. Terminamos temprano, muchos sacaron fotos de despedida y todos se fueron. Como siempre, quedamos nosotros trabajando en el frío, a quienes mandaron a limpiar la zona donde trabajábamos. Después de un rato terminamos, y le pidieron a Fernando y a otro compañero que ayudaran a poner unos ‘carriles’ por donde corren las cajas en ciertos lugares. Nadie sabía dónde los querían, por lo que estuvieron cambiando las cosas de lugar bastante rato.

Listo, adiós cerezas, adiós frío y adiós rutina.

Como salimos temprano y al día siguiente nos esperaba el comienzo de un largo viaje, decidimos hacerle el WOF al auto que ya se estaba por vencer. El WOF es un chequeo que tiene que hacerse cada 6 meses y todos los autos lo tienen que tener al día, y como le teníamos fe al pequeño, decidimos hacerlo.
Es como esperar un examen, y preguntarse con muchos nervios: ¿pasó, o no pasó? - ¡Pasó! Y sin ningún problema.
Un éxito, no esperábamos menos.

Ordenamos nuestras cosas y al día siguiente pretendíamos partir temprano rumbo a Milford Sound.
Esa noche me quería acostar pronta: bañada y con todo listo.

Pedí una aspiradora y aspiré un poco el auto. Cuando había terminado el asiento del conductor y estaba en el asiento de atrás, la aspiradora mágicamente se apagó. ¿La habría roto? ¿Me quitarían el depósito que había hecho? Junté valor y fui a contar lo que había pasado. ‘Toma otra’ me dijeron, ‘debe haber calentado’.
¡Qué alivio! Ya me sentía un poco culpable. La mejor (o peor) parte es que la otra aspiradora tampoco andaba, por lo que tenía que usarlas al día siguiente. No iba bien el plan de tener todo listo.
Decidí ir  a bañarme, y ya era tarde en el Tourist Park. No había más agua caliente. Uff, ahora me tenía que despertar más temprano al otro día.
En fin, como nuestros compañeros de cuarto ya se habían ido, empezamos a regalar nuestras cosas por ahí. Una olla para ti, una cuchara para ti y el rallador te lo quedas tu.

Amaneció, y mi despertador sonó a las 8. ¡A bañarme!
Agarré mi bolsita con shampoo y demás cosas, y salí hacia el baño. Agua fría… y una vez más usé la frase de Delfín Quishpe: ‘¡no puede ser! ¡NOOOOOOOOO!’
Encima tenía que aspirar el cuarto y la oficina abría a las 8.30 recién. Tenía muchas cosas para hacer, pero nada que pudiese hacer en ese momento. Cuando abrió la oficina, pedí la aspiradora y comenté que no había agua caliente. ‘Qué raro’ me contestaron, aunque todos sabemos que ni tanto.

Después de esperar demasiado, me pude bañar. Al mediodía. Si, al mediodía, y yo me quería ir temprano.

Como a las 13 hrs arrancamos el viaje, y la primera parada era Frankton porque teníamos que dejar a un conocido. Almorzamos ahí y seguimos nuestro viaje.

La meta del día era Te Anau, para así seguíamos a Milford Sound la mañana siguiente.
Llegamos y a buscar lugar donde dormir en el auto.

Había muchos carteles que decían que no se podía acampar, uff. Se nos estaba volviendo complicado. Después de dar vueltas, encontramos un lugar que tenía potencial. ‘Aquí será’ y así fue. Acomodamos las cosas y a dormir.

A eso de las 00.30 hrs nos tocan bruscamente la puerta. Un señor (demasiado rápido para alguien que recién se despierta) nos da un papel, nos dice que no se puede dormir ahí y que nos iban a cobrar nz$200 a cada uno. ¡Oh, no! Con los ojos preparándose para llorar, le dijimos que no sabíamos, nos señaló en el papel a dónde podíamos ir y nos dijo que si nos volvía a encontrar, ahí sí nos iba a cobrar.

Buen susto nos llevamos. Enredados aún en los sobres de dormir, salimos hacia el lugar que nos indicó el señor. Era en la mitad de la ruta, un lugarcito en un campo dónde vimos un par de campervans estacionadas. Ahí dormimos, sin ver nada de lo que nos rodeaba porque estaba muy oscuro.

Amaneció una vez más, y partimos hacia Milford Sound. Un camino espectacular, lleno de paisajes preciosos que jamás imaginé que iba a poder ver. Llegamos y al bajar del auto sacamos algunas fotos. Fue un poco complicado, ya que los millones de mosquitos que nos rodeaban nos impedían sonreír.

Compramos nuestros pasajes para un crucero (es a lo que se va hasta allá, no hay más nada) y salimos en nuestro paseíto.

Íbamos en un barco, rodeados de montañas altísimas con cataratas que te daban miedo que saliera un monstruo gigante y todo sea parte de una película. Incluso una de las cataratas era de la que saltó Wolverine en su película. Ni idea, no la vi. ¿Pero saben cuál vi? Jamás besada, ¡qué buena película!

Volvimos a la carretera y el destino del día era Wanaka. Antes de llegar, había un lindo camping donde se notaba que varios iban a pasar la noche. ‘Aquí pasaremos nosotros también’ dijimos (mentira, en verdad no hablamos tan así - probablemente dijimos ‘che, ¿acá? Dale, si’)

Al día siguiente llegamos a Wanaka y ¡qué emoción! Al fin iríamos al lugar que estaba esperando desde antes de llegar a Nueva Zelanda: Puzzle World.

Al entrar pasas por una galería de hologramas muy entretenidos. Luego a una habitación llena de caras famosas con una ilusión óptica genial que si miras con un solo ojo, parece que te siguen con la mirada. Aparte las ves en relieve, y es todo lo contrario.

Luego, vas a una habitación dónde, visto desde cierto punto, en un lado pareces pequeñito, y del otro lado pareces gigante. Muy, pero muy genial.

También hay una habitación que está inclinada y las cosas (como una pelotita sobre una mesa de pool) te parece que deberían rodar para un lado pero lo hacen para el otro. Y todo esto, con datos y cosas curiosas en las paredes durante todo el recorrido.

Una de las atracciones principales era que había un laberinto gigante. La idea era encontrar las cuatro esquinas y luego la salida. Challenge accepted.

La idea era encontrarlas en orden, amarilla-verde-azul-roja y luego la salida. Empecé yo a guiarnos pero no podía llevarnos a la amarilla, siguió un rato Fernando y encontramos la azul. A los 10 minutos de entrar, sabíamos que no lo íbamos a hacer en orden.

Una hora después, habíamos terminado.

Azul-roja-amarilla-verde fue el orden y ahora sólo había que encontrar la salida. Mil veces habíamos encontrado la salida antes, y ahora estaba imposible. Otro rato caminando como locos, sintiéndonos bastante boludos cuando nos encontrábamos por quinta vez con la misma persona en el laberinto.

Fernando no quería hacer trampa, y yo quería salir de ahí. Era desesperante. Le insistí para pasar por arriba en un momento y agarrar la escalera que teníamos que agarrar, pero no, lo hicimos sin trampa. Terminamos al fin, y me alegro de haberlo hecho así.

Era relativamente temprano, por lo que decidimos seguir bastante el camino, ahora la meta eran los glaciares. Allí partimos, y allí llegamos.

Ahora que viajamos todos los días, tenemos más historias que contar, pero como ésta entrada ya se hizo muy larga, deberán esperar el próximo capítulo (?)

Lo único que les pudo adelantar, es que estamos bien, muy picados por los mosquitos, pero en el norte al fin.

jueves, 2 de febrero de 2012

23) Verano helado.


Efectivamente, pasamos fin de año en Queenstown. 00 am, y el lago fue iluminado con fuegos artificiales. Había muchísima gente, todos contentos y con energía positiva. Aunque se extrañaba a la familia, pasamos más que lindo.

Disfrutamos nuestros días libres, pero era hora de volver a trabajar. Entramos cada mañana a congelar nuestros pies, y a escuchar la voz de mi madre diciendo cuán porquería son mis championes.

Nuestra supervisora era una señora mayor muy adorable, a quien la mayoría de las veces no le entendíamos nada pero siempre nos trataba bien. Hubieron varios días, donde parecía que nos estaban tomando del pelo. Ponían la máquina a una velocidad increíble, y nosotros éramos la misma cantidad de gente. Todos los días lo mismo. Todos trancados y corriendo de un lado a otro, ahogados entre cerezas y con poco espacio. Igual, lográbamos sobrevivir y volvíamos al día siguiente.

Cierto día, fue demasiado. En ese momento nos enteramos que la manager de la packhouse tenía cierta rivalidad con nuestra supervisora. Se había pedido varias veces que pusieran más gente, o que la máquina fuera más despacio, pero nunca hicieron ninguna de las dos.
Llegó un punto donde la supervisora salió, y apagó la máquina. Solucionamos todo, y con bastante cansancio y enojo nos volvimos al camping.

A la mañana siguiente, sabíamos que iba a ser lo mismo, pero no. Al llegar, nos enteramos que nuestra supervisora había renunciado, y que uno de nuestros compañeros iba a pasar a tener su cargo.

¡Qué incomodidad! Ahora mi jefe era la persona a la que el día anterior le había intentado embocar cerezas en su boca, le había preguntado qué personaje de Mortal Kombat elegiría para jugar y me había burlado de su almuerzo.
No solo eso, sino que nuestra supervisora había renunciado solo al cargo, por lo que seguía trabajando ahí como una más de nosotros.
Fue uno de los días más largos. Más que nada porque la máquina no volvió a ir tan rápido, ni ese día, ni nunca más hasta el día de hoy.

Un día al levantarnos, teníamos muchísimo frío, pero pensábamos que era cosa nuestra, ya que nos cuesta agarrar calor generalmente. Pero no, ahí estaban, las montañas cubiertas de nieve. Algo muy lindo para ver antes de entrar a trabajar y algo que no me esperaba en verano.

Hace pocos días, nuestros compañeros de habitación nos abandonaron. Terminó su trabajo por aquí y se mudó con nosotros un chileno que hace que nuestros días de trabajo se vuelvan muchísimo más cortos.

Hemos tenido unas semanas llenas de dudas. Nos vamos, nos quedamos, vendemos el auto, nos vamos en el auto, nos vamos en avión, pagamos otra semana acá, nos vamos al backpacker, terminamos el martes, terminamos el sábado…  Uff.
Llegamos al punto donde que nos despidieran era la solución.
Bailamos todo el día, dibujamos en nuestros delantales y hacemos las cosas más lentas. Pero no, resultó que nuestros bailes eran buenos, los dibujos divertidos y a nadie le importaba que fuésemos más lento.

Pusimos a la venta el auto, aunque ninguno lo quiere vender. Después, decidimos irnos a Auckland en el auto, suena mucho más divertido. Después, nos querían comprar el auto, pero después nos querían pagar menos de lo que queríamos. Había cambio de planes cada 2 horas.
Ninguno de los dos hace propaganda para venderlo, los dos nos queremos volver en auto a Auckland para después volver a casa. El plan es ir, por el lado contrario al que vinimos y recorrer un poco más de Nueva Zelanda.

Hoy, después de más de 3 semanas, tenemos un día libre. Organizaremos todo, y veremos qué tal nos va.

Nos espera un día sin frío. Y una semana con muchos viajes.