viernes, 30 de diciembre de 2011

22) Ultimas cerezas del año.


Esperamos unos días más tener noticias sobre el trabajo que nos ofrecían en el backpacker. Sospechábamos que era puro cuento, por lo que seguimos buscando por nuestra parte.

Insistentes, volvimos a una packhouse de cerezas a la que ya habíamos ido.
Fuimos tempranito, y al llegar nos preguntaron si estábamos dispuestos a trabajar en el Coolstore. Aceptamos, y a completar papeles, con preguntas de Fernando como "¿cuál es mi número de teléfono?" - "¿dónde vivimos?" y "¿ésta es mi visa?". Empezábamos al día siguiente.

Bien contentos, nos fuimos a Queenstown, una ciudad cercana. Hacía un par de semanas ya que estábamos en Alexandra, y no nos tenía muy contentos. En Alexandra no hay absolutamente nada, es una calle principal, y un supermercado. Encima de todos los supermercados, es justo el más caro.
Llegamos a Queenstown y ¡qué emoción! - Era una preciosa ciudad con bastante movimiento y muchas cosas lindas. El día fue perfecto, teníamos trabajo y la visita a Queenstown había superado nuestras expectativas.

Al día siguiente, a trabajar. Prácticamente, nos habíamos llevado las valijas enteras. Mucho abrigo, cosa de no pasar frío. La primera tanda de ropa fue un éxito, y pudimos tolerarlo.
Ahora nuestro trabajo cuenta en básicamente pesar cerezas y todo lo que eso implica. Lo único complicado es que estamos en una ‘heladera’ gigante y el frío a veces lo hace más complicado.

La tarea es fácil. Las cerezas vienen por unas máquinas, uno las recibe y se las pasa a otro. Ese otro las pesa, deja la caja con el peso exacto y se la pasa a otro. Ese otro cierra una bolsita y se la pasa a otro, quien le pone una tapa y las lleva al pallet. Nada muy complicado.

No es siempre lo mismo, pero es más o menos eso. A veces las cerezas vienen por otra máquina, y ahí me enloquecen a mí. Soy la única que la maneja y eso es bastante divertido. Me hace doler el dedo índice por separar las bandejas donde cae la fruta, pero no es tan malo.

Lo mejor del trabajo es que podemos comer todas las cerezas que queramos. El primer día comimos una, al siguiente día competimos a ver quien se llevaba más y al tercer día nos fuimos con una bolsa. Igual, está mejor comer ahí. Vienen fresquitas y todas ricas. Lo único que nos pidió la supervisora fue que no vayamos todos al baño a la misma vez.

El trabajo es tan simple como eso, pero cuando la máquina va rápido la cosa se empieza a trancar y se vuelve todo más violento. Las cerezas vuelan por todos lados pero el frío se siente menos.

Nando lleva un buzo gris a trabajar. No sé por qué, cierto día decide guardarse una cereza en el bolsillo. Se apoyó sobre la mesa y obviamente andaba con una mancha que, o era de un balazo, o de una cereza. Como seguía trabajando sin demostrar dolor, todos habíamos descartado la primera opción.

Llegó Navidad y pasamos en el backpacker. En Noche Buena pasamos con los asiáticos en el living, y en la tarde del día siguiente comimos todos en el patio. Mi primer Navidad con gente de todos lados del mundo, igual es muy común eso en Uruguay (?)

Al día siguiente nos íbamos a mudar. El backpacker no era tan malo, pero era bastante caro, por lo que un par de argentinos nos invitaron a mudarnos con ellos a un camping donde se está quedando aproximadamente medio mundo.

Ahora vivimos, para que se hagan una idea, en el camping de Punta Ballena, con baño y cocina compartidos.
Tenemos una habitación con cuatro camas, una doble y tres simples, con colchones de “papel de calco” dijera uno de nuestros compañeros.
La cocina no tiene nada, por lo que fuimos de compras los cuatro. Ahora tenemos ollas, platos y demás cosas útiles para cocinar. Lo que preocupa del lugar es un cartel que pide que dejen de robar comida de las heladeras, por lo que no nos genera mucha confianza dejar nuestra lata de salsa de tomate abierta. Igual, juntamos coraje y la dejamos.

El lugar no es tan malo, sólo cuando no hay agua caliente y justo te quieres bañar.

Ahora tenemos tres días libres, 31, 1 y 2. Hoy, último día del año, creo que vamos a pasarlo a Queenstown. El trabajo nos mantiene entretenidos, nos cansa, pero está bastante bueno. Nos tratan bien, estamos trabajando muchas horas y eso es bueno.
Lo único malo, es que las cerezas tienen carozo. Lo único.

viernes, 16 de diciembre de 2011

21) Sur, al fin.


Con las valijas prontas nuevamente, dejamos Hastings tempranito.

La primera parada era Palmerston North, una ciudad no muy lejos de donde estábamos. Llovía, y mucho, pero salir de viaje siempre es divertido.

En el camino, la ruta que pretendíamos seguir estaba cortada, teníamos que ir por otro lado y el camino no estaba tan lindo. La ruta empezó a subir y subir, no era nada nuevo, ya que acá es bastante común ir por caminos bien altos donde las opciones en los bordes son caer a un precipicio o darte contra la montaña. Por más que hemos visto cosas así bastantes veces, igual el paisaje no deja de sorprenderte.

Llegamos a lo más alto, y estaba lleno de molinos de viento. Un hermoso paisaje, que merecía una parada y algunas fotos.

Llegó la parte de bajar, que generalmente es más fácil. No sólo llovió como nunca, sino que empezó a caer granizo. Esta vez, Fernando iba manejando y yo iba del lado del precipicio. Por primera vez, sentí miedo. Miedo puro. Yo no veía ni tres pasos más adelante del auto, y era una curva cada 100 metros. Fernando tranquilo, hasta ahora no entiendo por qué tanto, se creía un piloto de fórmula 1. Manejaba a 40, parece bien boluda la velocidad, pero yo le pedía que fuese a 10.

Después de darme cuenta que NO iba a vomitar de los nervios, pudimos seguir y llegamos a la primera parada. Bajamos, recorrimos un ratito y continuamos con el viaje. La lluvia no estaba ayudando mucho lamentablemente.

Seguimos camino a Wellington, la ciudad capital.

Iba yo manejando ésta vez, y tenía miedo de que me pasara de enloquecerme manejando como en Auckland. Ahora iba saliendo todo bien, cero bocinazos hasta el momento.

Llegamos, y teníamos que encontrar estacionamiento en una calle que nos habían dicho que era gratis y un conocido había pasado la noche allí. Llegamos, y el lugar no era el más lindo del mundo, pero no nos importaba mucho.
Salimos a recorrer la ciudad, la lluvia seguía sin querer colaborar.
Como sabíamos que nos esperaban noches en el auto, no podíamos darnos el lujo de andar húmedos por la vida, por lo que la lluvia nos molestaba más de lo que parece.

Nos habían comentado que en los cines de Wellington y de Auckland están las pantallas más grandes del mundo, que se pueden encontrar en Estados Unidos o lugares así, decidimos darnos el gusto de ir a cenar y salir al cine.

Llegamos a un shopping, y decidimos comer algo. No habíamos terminado, cuando una señora que limpia en la plaza de comida nos pregunta si ya habíamos terminado. Contestamos que no, y se fue. Teníamos que hacer tiempo porque faltaba para que empezara la película, por lo tanto estábamos disfrutando la cena y tomando Coca bien lentos.

Al terminar, Fernando fue al baño. La señora volvió y me preguntó nuevamente si había terminado. Como tenía Coca aún en mi vaso, le dije que no. ¡No quería que me tirara la Coca!
Al contestarle, suspiró un poco molesta. Cabe aclarar que había mil mesas vacías, y que no había gente esperando ni nada por el estilo.

Volvió Fernando, y yo agarré mi bebida. Nos estábamos por ir, y Nando fue a tirar la bandeja. La señora muy enojada le dijo que ella le había preguntado a su esposa (yo) si había terminado y que yo le había dicho que no.  ¡Oh, no! - Ahora Fernando me iba a retar (?)
Me delató.

Entramos al cine, y de verdad era la pantalla más grande que hemos visto.
Muy genial todo.

Terminó la película, recorrimos un poco más y nos volvimos al auto.
Preparamos la frazada y a dormir. Yo al salir de Hastings me fui un poco resfriada, por lo que dormir con el final del pantalón mojado sabía que no iba a ayudar mucho.

El lugar no era como para dormir, por lo que Nando estaba insoportable mirando para afuera con cada ruido. Me mandó a dormir y me dijo que él probablemente se iba a quedar despierto y que en cuanto saliera el sol nos íbamos.

A la mañana siguiente, a eso de las 5.30 am, abrí los ojos. ¡Vamos! - me dijo Nando. Creo que de verdad durmió poco.

Nos fuimos rumbo al ferry para cruzar a la isla sur.
Ahora el tránsito estaba tranquilo y llegamos sin problemas. La oficina abría a las 6 am, por lo que desayunamos y recorrimos por ahí cerca.

Compramos nuestros pasajes, y ahora había que esperar para subir el auto al ferry.

Todo en órden, y adiós Isla Norte.

Llovía y nos dormimos un rato mirando una película. Al despertarme, noté que había salido el sol y que el paisaje era más lindo que nunca.
Disculpándome, desperté a Fernando. Le dije que nunca íbamos a volver algo así, por lo que lo hice salir a ver esas montañas tan lindas que nos rodeaban.

Llegamos a Picton, ahora a manejar hasta que nos den las ganas. La parada final ahora era Alexandra, pero como estaba muy lejos no íbamos a llegar en un día.

Arrancamos, y después de un ratito empezaron a aparecer las grandes montañas a lo lejos. No sólo eso, ahora la ruta era playa de un lado, y enormes montañas del otro. Era algo tan lindo, que no podíamos creer cómo no habíamos venido antes para este lado.

Manejando, y parando a descansar por cualquier lado, llegamos a un pequeño pueblo llamado Cheviot. No había nada, pero se veía un tranquilo lugar para dormir frente a un club de bolos.

Compramos comida, usamos el baño y nos quedamos jugando a las cartas. El cansancio ya se venía acumulando, por lo que era mejor descansar.

Después de largas conversaciones como qué cosas vamos a hacer al volver a Uruguay, nos dormimos ahora mucho más abrigados. Sacamos los sobres de dormir y nos pusimos otro par de medias. Sin despertarnos ni una vez en la noche, amanecimos cerca de las 7 am y nos acomodamos para seguir.

Partimos a eso de las 8 am, y la próxima parada era Chistchurch. Llegamos, y nos deprimió bastante la ciudad. El terremoto de febrero afectó un montón, por lo que al centro no se puede pasar. Las casas tienen carteles de peligro de derrumbe, muchas están abandonadas y es todo bastante triste. Recorrimos, sacamos fotos y continuamos nuestro viaje.

Paramos en Ashburton a almorzar y continuamos el viaje. Cada uno manejó hasta no poder más y al final del día estábamos en Alexandra. Por parar y recorrer ciudades, demoramos aproximadamente 12 hrs en llegar de un lado a otro, pero valía la pena todo.

Pensábamos que nos íbamos a encontrar con una ciudad genial, llena de cosas para hacer. Error total, estamos en un pueblito que no tiene nada.
Buscamos un lugar para quedarnos y todo era bastante caro, por lo que dormimos en el auto una vez más y a la mañana siguiente nos mudamos a un backpacker.

Ahora estamos solos otra vez, y tenemos tele en el cuarto. No sólo eso, sino que la ventana da a un pasillo en el costado dónde hay cuatro gatitos pequeñitos con su mamá.

Era viernes, por lo que decidimos descansar mucho. Nos bañamos y dormimos prácticamente todo el día.

Sábado y domingo no eran los mejores días para ir a buscar trabajo, por lo que salimos el lunes. Todos los lugares nos decían lo mismo: que ya estaba lleno, o que empezaban en enero.

Muy desilusionados, nos fuimos a dormir.

Al día siguiente, salimos para otro lado. En un puestito de cerezas, preguntamos si necesitaban gente. ‘Si, si’ me contestó, aunque no era para cerezas. Y no podíamos creer. Era martes, y empezábamos el jueves a trabajar. ¡Genial! Ahora íbamos a hacer lo mismo que lo de las manzanas, pero con duraznos.

El señor nos ofreció acomodación ahí mismo, era más barato aunque estaba más lejos de todo.

Muy contentos, nos volvimos al backpacker.

Llegó el día de trabajar, y llegamos tempranito. Nos mostró lo que teníamos que hacer y se fue. Era raro, éramos los únicos en la orchard.

El señor volvió a las 10 am, y nos mostró la acomodación. Era una casita bien pero bien de película de terror. Todo viejo, probablemente nada andaba y la ducha estaba en un cuarto.

Nos llevamos los contratos y seguimos trabajando. Al mediodía casi morimos calcinados al sol, y a eso de las 14.30 hrs se venía una tormenta impresionante.
Empezó a lloviznar poquito, pero el señor no vino. Se hicieron las 16.30 hrs, que era la hora de salida y el señor tampoco vino. No lo veíamos desde las 10 de la mañana y encima habíamos hecho la mitad de lo que nos había mandado.

Fuimos a golpear a la casa, y no nos atendió nadie. Nos fuimos, y era todo demasiado raro.
Llegamos, muy pero muy cansados al backpacker, con Nando nuevamente sin querer ir más a trabajar al día siguiente.

Al llegar, la dueña del backpacker nos pregunta si tenemos trabajo. Contestamos que no, y nos dijo que ahora sí. ¡Ahora el trabajo era en una packhouse - justo lo que queríamos! Mi puesto era prácticamente seguro, pero Nando era demasiado alto. Después de arrodillarse sobre sus championes, y parecer bien bajito, él también tenía un lugar.

Bien contentos nos fuimos al dormir, al día siguiente ella nos iba a llamar para ver qué pasaba con el trabajo. Varios renunciamos, y pretendíamos empezar al día siguiente.

Llovía, por lo que no íbamos a trabajar igual en la orchard.
7.30 am nos avisan que el que nos iba a contratar iba a llamar a las 9 am, que ella entraba a trabajar a esa hora y que la madre de la dueña del backpacker odia atender el teléfono. Sabíamos que había 6 lugares para trabajar. Nosotros éramos 3: Nando, yo y un argentino con el que conversamos bastante por aquí.

Los asiáticos eran 6 justo. Si ellos atendían se iban a quedar con el trabajo, por lo que nos sentamos los 3 custodiando el teléfono. Igual teníamos miedo porque no sabemos aún como hacen, pero te sacan las cosas sin que te des cuenta.
Nuestro futuro jefe llamó  a la dueña del backpacker, y por la lluvia se había atrasado todo. Se supone que el trabajo es seguro, pero que nos van a avisar en estos días cuándo empezamos.

Esperemos que sea pronto, pero con ese señor raro, no volvemos más.

lunes, 5 de diciembre de 2011

20) Dejando Hastings.

Después de trabajar sacando manzanas pequeñitas durante un día, tuvimos el fin de semana libre. Cansados y desanimados por el sueldo, no teníamos muchas ganas de seguir trabajando.

Llegó el lunes, y fuimos nuevamente. Esta vez nos pagaban por producción, por lo que deberíamos ir más rápido. Decidimos que Nando haría la parte de arriba del árbol y yo la de abajo, ya que mi altura y miedo a caer sobre las manzanitas que ya había sacado no ayudaba mucho.
Ese día hicimos más del doble de árboles que hicimos el día anterior. Igual, seguíamos siendo los más lentos. El de al lado nos llevaba 2 árboles, a él, el de al lado le llevaba 2 árboles, y así sucesivamente. Nosotros estábamos en la primera línea, así que el último nos llevaba como 10 árboles.

Al día siguiente, ya deseando que lloviera, al despertar nos avisan que no trabajábamos. Preguntamos si entrábamos más tarde, pero no.
Felices, a seguir durmiendo.
9.30 hrs nos llega un mensaje que entrábamos a las 10 hrs.

Nos llevaba media hora llegar al trabajo, y decidimos no ir. Ninguno tenía ganas.
Nuestros compañeros de la casa que trabajaban con nosotros fueron a eso de las 11 hrs, y completaron su línea de árboles.

Yo me sentía mal, porque soy demasiado responsable como faltar al trabajo. ¡Maldita conciencia!

Nos tocó volver a trabajar al día siguiente, y ésta vez estábamos solos, muy solos. Teníamos que terminar nuestra línea de árboles y el resto ya se había ido a trabajar bien lejos.
Sin sentir apuro ésta vez, hicimos los árboles que nos quedaban. A media mañana, Fernando decidió que iba a dedicar su tarde en convencerme para no ir más. También decidió tirar manzanas a mi capucha y tamborilear sobre la escalera.

Lo logró, aunque me daba cosita, lo logró. Chau sol, chau baño lejos y chau manzanas pequeñas.

Desempleados nuevamente, amanecimos con la noticia de que nos habían despedido a todos. El que nos consiguió el trabajo cobró demasiado menos del mínimo (y él ya había trabajado una semana entera) y a nosotros ni nos habían pagado el día que nos debían.
Resultó ser que todos se habían quejado por eso, y el dueño decidió que nos iba a pagar el mínimo a todos pero que debíamos irnos. Nosotros sin estar ahí, recibimos un día pago de más y ganar más plata de lo esperado. Un éxito. En verdad aún no nos han pagado, así que no sabemos qué tan éxito será.

Para gastar un poco más productivamente el tiempo, decidimos recorrer las atracciones locales. Decidimos ir al lugar con el nombre más largo del mundo, Taumata whakatangi hangakoauau o tamatea turi pukakapiki maunga horo nuku pokai whenua kitanatahu (y pensar que mi perro se llama Otto, creo que deberíamos pensar más los nombres a partir de ahora), lugar que como siempre demoramos en llegar porque nuestros instintos no están funcionando muy bien.

Fuimos a Te Mata Peak, una montaña con una vista muy bonita.

El día que decidimos ir a Cape Kidnappers, nos preparamos mentalmente para una caminata de aproximadamente 6 horas, y al llegar, la marea estaba demasiado alta y no se podía pasar.
Cambió el plan, y pasamos la tarde en Napier. Fuimos a una feria donde me compré cuchillos con filo. Acá son todos de untar, por lo que ahora… ¡agárrate tomate! - te voy a cortar con ganas.

Como la casa dónde nos quedamos es muy popular, ésta vez teníamos de visita un montón de Uruguayos. ¡Qué emoción! Ahora podía decir ‘championes’ o ‘qué rico el dulce de leche Conaprole’ y todos me entendían.

Llegó el sábado y con él, mucha gente a la casa. Cenamos, y éramos un montón. Hace casi 7 meses que estamos acá, y es la primera vez que vemos tantos uruguayos juntos en Nueva Zelanda.
Algunos querían salir a Napier, pero no tenían en que ir. Nos pidieron si los alcanzábamos hasta la ruta y de ahí se iban a dedo. Con todo gusto los llevamos, pero al dejarlos, nos dio tanta pena que dimos vuelta. La emoción en sus caras al ver que alguien paraba fue mucha, pero al vernos, pensaron que era una joda. Los llevamos hasta Napier, y en el camino me sonó el teléfono. Era un indio preguntándome si yo había pedido un taxi. ¡¿WTF?! - No. ¿Pediste un taxi? - No. - ¿Quieres un taxi? - ¡No!
Muy raro todo. Encima ni sabíamos a dónde íbamos, es obvio que mi blog es tan popular que me andan siguiendo para ver qué cosa genial hago luego.

Llegó la última noche, y los dueños de casa nos despidieron con unas pizzas. Tanta gente linda nos desea buen viaje, que dan ganas de llevártelos en la valija a todos.

Hoy nos espera otra etapa del viaje, arrancamos al sur pero pasaremos noches en quién sabe dónde. Para el fin de semana deberíamos estar casi en el sur de la isla sur, pero esto de Nueva Zelanda, cambia a cada rato.

viernes, 25 de noviembre de 2011

19) Te quedó espantoso amor.


Días después de nuestra llegada a Hastings, empezamos a buscar trabajo. Días tras día saliendo por las mañanas a aplicar en lugares donde nos decían que no de entrada. Calmábamos la frustración de cada día con una larga siesta y todo de nuevo al día siguiente.

Más de un lugar tomó nuestros datos, por lo que sabíamos en cuales teníamos que insistir.

Al ir por segunda vez a uno de los lugares, nos dijeron que esperáramos un momento.  La señora se puso a hablar por teléfono, preguntando si necesitaban más personas.  Nos mira, y nos pregunta de dónde éramos. “Uruguay” - contestamos.
Un segundo después termina su conversación telefónica y nos dice que no hay trabajo.

No nos sentimos ni TAN discriminados. De seguro era de envidia, por no tener dulce de leche tan rico como el nuestro acá.

Sorprendidos por la situación, continuamos con nuestra rutina diaria pero nada parecía funcionar.
La lluvia había complicado la temporada, y uno de los trabajos debería empezar la semana siguiente.

Esperamos unos días más, sin hacer nada demasiado productivo.

Cierto día, decidí hacer pastel de carne.
Como sobró zapallo del mediodía, decidí agregárselo al puré.

Una cena riquísima, y encima sobraba para el día siguiente.
Dejé el pastel en el horno, como siempre.

Al día siguiente, nos levantamos y en la casa nos sorprendieron con tortas fritas. Encima, ricas tortas fritas.
Llegó la hora del almuerzo, y calenté el pastel de carne. Había un olor raro, al que yo sentía parecido a veneno de hormigas.
Todos sentíamos ese olor, pero serví el pastel y Nando no paraba de decirme que era la comida con olor a ‘cloaca’ según él. ¡Maldito - agarra tu plato y vete a la mesa!
Y así se fue, siempre tan bueno él.

Todos preguntaban qué era ese olor. Yo no creía que era la comida, pero lo era. No entiendo que pasó, probablemente el zapallo. Tenían que ver la cara de Nando sentado en la mesa avergonzado por su comida con olor raro.

Esa tarde, vino un chileno que vive en el fondo. Nos comentó que tenía trabajo para nosotros y para el de Taiwán. Empezábamos al día siguiente. ¡Algo bueno!

Fuimos esa tarde todos los que vivimos acá al parque y se pusieron a jugar al fútbol. Festejaban un gol y el de Taiwán no tenía idea lo que había pasado.

Pasó el día, mucha burla de por medio, y llegó la hora de la cena. Fideos, no tengo como errarle, siempre fui una experta cocinando fideos. Me hice la muy valiente, y los saqué sin probarlos. Crudos estaban, claro está. Igual, los cocine otro rato.

Nos ofrecieron pesto, y le agregamos. Nando encontró una combinación ‘rara’ por la cual no comió más. Según él fue el pesto, pero puede que lo haya dicho para hacerme sentir mejor.

Los míos estaban bien, no entiendo que pasó. No entiendo que pasó durante todo ese día. Manejé mal (cosa que el muchacho de Taiwán me confirmó - ‘Hoy no es mi mejor día manejando’ - ‘no, no’ me contestó) y se me hizo una fama de mala cocinera increíble.
Llegó un punto en el que Nando me mandó a acostar. ‘Mañana será otro día…’ dijo.

Empezábamos a trabajar al día siguiente. A las 7 debíamos estar allí. Ahora nuestro trabajo cuenta en sacar algunas manzanas para que las que queden crezcan más grandes y el árbol tenga menos peso. Las manzanas crecen muchas juntas, y hay que dejar sólo dos donde hay muchas.

Todo el día al sol, sacando manzanas. Subiendo y bajando una escalera, la cual se ve y se siente segura, pero el viento logra tirar toda esa seguridad bien lejos en medio segundo.
Somos los más lentos, pero no nos preocupa mucho.
Sobrevivimos el día, y tenemos dos libres. Esperamos trabajar esta semana y después arrancamos al sur.

Por favor manzanitas, no crezcan muy arriba. 

sábado, 12 de noviembre de 2011

18) Nuevo rumbo.


Se terminó la temporada en Bay Of Plenty. Ahora debíamos encontrar una nueva ciudad para vivir. Mirando el mapa, la ciudad elegida fue Gisborne.

Cierto día, contándole nuestros planes a la señora de la casa, nos comentó que no había absolutamente nada por la ruta que habíamos elegido. Ni una ciudad, ni una estación de servicio, ni nada.
Como no somos los mejores mecánicos, si se nos llegaba a complicar en algún momento estaríamos fritos, por lo que elegimos irnos a nuestro siguiente destino: Hastings.
Ahora tendríamos una ruta con algunas ciudades de por medio, por lo que podríamos parar de vez en cuando.

Decidimos que era mejor tener una noche de descanso en alguna ciudad de por medio. Como ya habíamos ido, sabíamos que sobre el Lago Taupo había un estacionamiento donde se podía pasar la noche sin problemas. Genial, todo organizado.

Armamos nuestras valijas nuevamente, y ésta vez se habían achicado bastante. Se nos fue de las manos la compra de pelotudeces, y la conversación era siempre la misma “¿Qué hago con esto? - ta, lo dejo en el auto.”

Con un poco de ‘cosita’ nos fuimos de mañana temprano. Encima que nos encantaba la casa, no pudieron ser más buenos los dueños que nos hicieron un par de regalos hasta con una tarjeta. Daba pena, pero hay mucho por recorrer aún.

Allí salimos, cargados de cosas y sin mucha idea de qué haríamos luego.

Llegamos a Rotorua, paseamos un rato y seguimos. El olor que hay en esa ciudad no te deja estar mucho rato.

Para las 13 hrs, ya estábamos almorzando en Taupo. Recorrimos por aquí y por allá, y decidimos entrar en internet. Había una estación de servicio de las que tiene en pleno centro. Nos sentamos en el parquecito de enfrente y nos comunicamos con el contacto que teníamos de acomodación en Hastings. No tuvimos respuesta y los ‘macuines’ ya estaban atacando a Fernando.

Nos fuimos al auto donde nos pusimos a jugar a la conga con nuestras cartas gigantes. Se ve que nos veíamos extremadamente adorables, porque vemos que se nos acerca una chica a conversar y comentarnos que Jesús nos ama. Toda buena y genial.

Llegó la hora de dormir, reclinamos los asiento y a conversar de la vida hasta que nos dé sueño.

Es complicado de a ratos, porque no sólo no es lo más cómodo del mundo sino que cuando se ve una luz de otro auto o se escuchan voces, Nando se levanta a mirar como que se le están metiendo en el cuarto. Encima, pasa seguido, estábamos durmiendo en el centro, no en la mitad del campo.

Toda brillante al día siguiente, me levanté al baño. Nando seguía durmiendo, por lo que al volver lo empecé a molestar así se despertaba. Sabía que si lo invitaba a desayunar se levantaría más rápido, plan que funcionó de maravilla.

Allí salimos, nuevamente a la carreta. Nos quedaba una parada más, y llegaríamos a Hastings.

Al entrar en la ruta hacia Napier (próxima parada) vemos un cartel que dice que la próxima estación de servicio estaba a 130 km y que Hastings estaba a 136 km. Lo de viajar por una ruta donde haya más cosas no nos salió ni tan bien.

Cantando como unos locos, seguimos tranquilos. “Yo soy ese - bueno, pero entonces tu no cantes mi parte.”

No podemos evitar sorprendernos con los paisajes. Ya ni nos esmeramos en sacar fotos porque sabemos que nunca vamos a poder mostrarles todo lo que estamos viendo.

Rato después, llegamos a Napier. Decidimos comer algo y continuar luego de pasear un poquito.
A mi me entraron los nervios de “¿nos irá bien acá? - ¿y si ‘tal cosa’?” por lo que me empecé a preocupar. Nando, genio total, me explica que no puede salir nada mal y que si sale nos reiremos luego. Listo, seguimos a nuestro destino.

Hastings, hemos llegado.
Como no habíamos tenido respuesta sobre la acomodación, decidimos escribirle de nuevo. Un segundo después ya teníamos respuesta y casa a donde ir.

Dimos una vuelta por la ciudad y fuimos. Obviamente entendí el mapa mal, por lo que salimos para el lado contrario al principio.

Llegamos, y nos recibieron como que nos conocíamos de toda la vida. Es una familia de uruguayos que no tienen más buena onda porque no les da el día.
Después de conversar como una hora, el hijo ya nos estaba acompañando al centro para mostrarnos donde estaban las cosas.

Encima, ¡tienen mascotas!
Pero bien, nada de ‘el perro afuera’ ni ‘el gato abajo del sillón’. Es como en casa.
Ahora tengo dos gatos y un perro que me saludan cuando llego y que entran en mi cuarto como si nada. Muy genial.

Viven muchos latinos más acá, y uno de Taiwán. Nos juntamos a comer pizza anoche y él no nos entendía nada pobre. Unos 12 latinos, y él. Debe haber pasado bomba.

La semana que viene buscaremos trabajo, y veremos cómo nos va. Ninguno de los dos quiere trabajar, pero sabemos que llegó la hora.

Nos queda mucho por recorrer, y por suerte, todo nos sale bien.