miércoles, 8 de febrero de 2012

24) Fin de temporada.


Nadie sabía con certeza cuándo terminaría la temporada de cerezas. Después de varias semanas de dudas, decidimos que terminaríamos el 31 aunque el trabajo continuara.
Decididos, dimos nuestro aviso de dos días previos a la renuncia, y esperamos que llegara el día.

Llegó el día, y parece que fue el último día de muchos. Terminamos temprano, muchos sacaron fotos de despedida y todos se fueron. Como siempre, quedamos nosotros trabajando en el frío, a quienes mandaron a limpiar la zona donde trabajábamos. Después de un rato terminamos, y le pidieron a Fernando y a otro compañero que ayudaran a poner unos ‘carriles’ por donde corren las cajas en ciertos lugares. Nadie sabía dónde los querían, por lo que estuvieron cambiando las cosas de lugar bastante rato.

Listo, adiós cerezas, adiós frío y adiós rutina.

Como salimos temprano y al día siguiente nos esperaba el comienzo de un largo viaje, decidimos hacerle el WOF al auto que ya se estaba por vencer. El WOF es un chequeo que tiene que hacerse cada 6 meses y todos los autos lo tienen que tener al día, y como le teníamos fe al pequeño, decidimos hacerlo.
Es como esperar un examen, y preguntarse con muchos nervios: ¿pasó, o no pasó? - ¡Pasó! Y sin ningún problema.
Un éxito, no esperábamos menos.

Ordenamos nuestras cosas y al día siguiente pretendíamos partir temprano rumbo a Milford Sound.
Esa noche me quería acostar pronta: bañada y con todo listo.

Pedí una aspiradora y aspiré un poco el auto. Cuando había terminado el asiento del conductor y estaba en el asiento de atrás, la aspiradora mágicamente se apagó. ¿La habría roto? ¿Me quitarían el depósito que había hecho? Junté valor y fui a contar lo que había pasado. ‘Toma otra’ me dijeron, ‘debe haber calentado’.
¡Qué alivio! Ya me sentía un poco culpable. La mejor (o peor) parte es que la otra aspiradora tampoco andaba, por lo que tenía que usarlas al día siguiente. No iba bien el plan de tener todo listo.
Decidí ir  a bañarme, y ya era tarde en el Tourist Park. No había más agua caliente. Uff, ahora me tenía que despertar más temprano al otro día.
En fin, como nuestros compañeros de cuarto ya se habían ido, empezamos a regalar nuestras cosas por ahí. Una olla para ti, una cuchara para ti y el rallador te lo quedas tu.

Amaneció, y mi despertador sonó a las 8. ¡A bañarme!
Agarré mi bolsita con shampoo y demás cosas, y salí hacia el baño. Agua fría… y una vez más usé la frase de Delfín Quishpe: ‘¡no puede ser! ¡NOOOOOOOOO!’
Encima tenía que aspirar el cuarto y la oficina abría a las 8.30 recién. Tenía muchas cosas para hacer, pero nada que pudiese hacer en ese momento. Cuando abrió la oficina, pedí la aspiradora y comenté que no había agua caliente. ‘Qué raro’ me contestaron, aunque todos sabemos que ni tanto.

Después de esperar demasiado, me pude bañar. Al mediodía. Si, al mediodía, y yo me quería ir temprano.

Como a las 13 hrs arrancamos el viaje, y la primera parada era Frankton porque teníamos que dejar a un conocido. Almorzamos ahí y seguimos nuestro viaje.

La meta del día era Te Anau, para así seguíamos a Milford Sound la mañana siguiente.
Llegamos y a buscar lugar donde dormir en el auto.

Había muchos carteles que decían que no se podía acampar, uff. Se nos estaba volviendo complicado. Después de dar vueltas, encontramos un lugar que tenía potencial. ‘Aquí será’ y así fue. Acomodamos las cosas y a dormir.

A eso de las 00.30 hrs nos tocan bruscamente la puerta. Un señor (demasiado rápido para alguien que recién se despierta) nos da un papel, nos dice que no se puede dormir ahí y que nos iban a cobrar nz$200 a cada uno. ¡Oh, no! Con los ojos preparándose para llorar, le dijimos que no sabíamos, nos señaló en el papel a dónde podíamos ir y nos dijo que si nos volvía a encontrar, ahí sí nos iba a cobrar.

Buen susto nos llevamos. Enredados aún en los sobres de dormir, salimos hacia el lugar que nos indicó el señor. Era en la mitad de la ruta, un lugarcito en un campo dónde vimos un par de campervans estacionadas. Ahí dormimos, sin ver nada de lo que nos rodeaba porque estaba muy oscuro.

Amaneció una vez más, y partimos hacia Milford Sound. Un camino espectacular, lleno de paisajes preciosos que jamás imaginé que iba a poder ver. Llegamos y al bajar del auto sacamos algunas fotos. Fue un poco complicado, ya que los millones de mosquitos que nos rodeaban nos impedían sonreír.

Compramos nuestros pasajes para un crucero (es a lo que se va hasta allá, no hay más nada) y salimos en nuestro paseíto.

Íbamos en un barco, rodeados de montañas altísimas con cataratas que te daban miedo que saliera un monstruo gigante y todo sea parte de una película. Incluso una de las cataratas era de la que saltó Wolverine en su película. Ni idea, no la vi. ¿Pero saben cuál vi? Jamás besada, ¡qué buena película!

Volvimos a la carretera y el destino del día era Wanaka. Antes de llegar, había un lindo camping donde se notaba que varios iban a pasar la noche. ‘Aquí pasaremos nosotros también’ dijimos (mentira, en verdad no hablamos tan así - probablemente dijimos ‘che, ¿acá? Dale, si’)

Al día siguiente llegamos a Wanaka y ¡qué emoción! Al fin iríamos al lugar que estaba esperando desde antes de llegar a Nueva Zelanda: Puzzle World.

Al entrar pasas por una galería de hologramas muy entretenidos. Luego a una habitación llena de caras famosas con una ilusión óptica genial que si miras con un solo ojo, parece que te siguen con la mirada. Aparte las ves en relieve, y es todo lo contrario.

Luego, vas a una habitación dónde, visto desde cierto punto, en un lado pareces pequeñito, y del otro lado pareces gigante. Muy, pero muy genial.

También hay una habitación que está inclinada y las cosas (como una pelotita sobre una mesa de pool) te parece que deberían rodar para un lado pero lo hacen para el otro. Y todo esto, con datos y cosas curiosas en las paredes durante todo el recorrido.

Una de las atracciones principales era que había un laberinto gigante. La idea era encontrar las cuatro esquinas y luego la salida. Challenge accepted.

La idea era encontrarlas en orden, amarilla-verde-azul-roja y luego la salida. Empecé yo a guiarnos pero no podía llevarnos a la amarilla, siguió un rato Fernando y encontramos la azul. A los 10 minutos de entrar, sabíamos que no lo íbamos a hacer en orden.

Una hora después, habíamos terminado.

Azul-roja-amarilla-verde fue el orden y ahora sólo había que encontrar la salida. Mil veces habíamos encontrado la salida antes, y ahora estaba imposible. Otro rato caminando como locos, sintiéndonos bastante boludos cuando nos encontrábamos por quinta vez con la misma persona en el laberinto.

Fernando no quería hacer trampa, y yo quería salir de ahí. Era desesperante. Le insistí para pasar por arriba en un momento y agarrar la escalera que teníamos que agarrar, pero no, lo hicimos sin trampa. Terminamos al fin, y me alegro de haberlo hecho así.

Era relativamente temprano, por lo que decidimos seguir bastante el camino, ahora la meta eran los glaciares. Allí partimos, y allí llegamos.

Ahora que viajamos todos los días, tenemos más historias que contar, pero como ésta entrada ya se hizo muy larga, deberán esperar el próximo capítulo (?)

Lo único que les pudo adelantar, es que estamos bien, muy picados por los mosquitos, pero en el norte al fin.

5 comentarios:

  1. Bien ahi Lucila , saludos Oscar ¡¡¡

    ResponderEliminar
  2. Qué genial, me alegro de que estén haciendo esas cosas todas divertidas.. Espero que ese viaje se ponga más y más interesante y se llene de coreanos. Un placer leer su blog señora Lucila, volveré por el próximo capítulo. Un abrazo transoceánico.
    Virginia

    ResponderEliminar
  3. Muy bueno y esperando el capítulo 25 y más...

    ResponderEliminar
  4. Lucila no veo la hora de una nueva historia. Me lei todo tu blog en 2 días! Es muy divertido!! me hace tener ganas de llegar ya, me faltan unos meses pero ya conoceré en vivo todas esas locuras!! besoo Pila

    ResponderEliminar